El otro día ordenando un cajón encontré dos textos que escribí hace ya casi 12 años. Naturalmente no es que sean de una calidad literaria abrumadora, pero por aquel entonces estaba más tierno que el muñeco Mimosin, y súper pillado por una chica. Dicen que el mundo es un pañuelo, y que razón tiene quien lo dijo.
Este sábado fui a Madrid con el Paso, para que la A.M. Virgen de la Amargura desfilara por la mañana en la Calle Fuencarral y por la tarde en Fitur vestidos de romanos, con el fin de promocionar la Semana Santa de Lorca. Pues cuando bajamos en una plazoleta que hay en la calle Barceló para terminar de vestirlos, ahí estaba ella, en el lugar y momento donde menos podía imaginarme que estuviera. De repente es como si volviera a estar en el año 99, como si el haber encontrado esos escritos unos días antes hubieran sido como una premonición. El tiempo ha pasado pero todo sigue igual. Este es el primero de los que escribí.
Como todos los días del mes de Agosto, volví a levantarme temprano para dirigirme hacia mi particular infierno.
El día amaneció algo nublado y frio, lo que no deja de agradecerse durante este tiempo. Así que, tras dejar los “utensilios de trabajo” en el sitio habitual, nos dispusimos a disfrutar de algo tan insólito en los bancos de la puerta.
Eran poco mas de las nueve, y realmente se estaba muy a gusto charlando con los amigos, tomando un café, y no apetecía sentare en el potro de tortura a castigar las pocas neuronas que nos quedan.
De repente, la veo aparecer al fondo de la calle. Estaba preciosa, como siempre, pero hoy quizás más que nunca, como si el brillo que le faltaba al día lo hubiera robado al sol. Llevaba el pelo recogido, con un mechón delante de la cara, rizado, como su pelo, lo que la hacía aún más sensual.
Vestía con unos vaqueros ajuntados y una camiseta, de esas de tirantes casi invisibles, de color claro, que marcaban su figura y resaltaban el moreno de piel y su pelo.
Sentados como estábamos, cerca de la puerta, parecía como si se dirigiera hacia mí. No pude apartar la mirada de ella, ni de esos hermosos ojos negros, que conforme se acercaban, sentía como se clavaban en los míos.
Cada vez estaba más cerca, y sentía un sudor frio recorriendo mi cuerpo, y como el corazón me daba un vuelco cuando me sonrió y me dijo un hola que se me clavó en el alma. Yo no pude hacer otra cosa que corresponderla con un saludo entrecortado, que hizo que esbozara una leve sonrisa.
Cuando entró en el edificio, miré al suelo y vino a mi mente un fragmento de una canción de Oasis: “… pero creo que ahora no hay nadie que sienta por ti lo que yo siento ahora”.
Cuando volví a este mundo, sentí como todos me miraban con una sonrisa cómplice, sobraban las palabras.
Al dirigirnos al interior, una amiga me dijo: “Eso es amor, quien lo probó, lo sabe”, y desde entonces no he podido quitármela de la cabeza.
2 comentarios:
La canción del Pascual. adicto a perder lo resume bien.
Si, más o menos. Es algo tan viejo como la humanidad.
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