Este fin de semana son las fiestas de mi barrio, de uno de los barrios con más solera de Lorca, el barrio de San José.
Las fiestas con el paso del tiempo has cambiado algo, con sus altibajos a lo largo de los años, pero en su esencia iguales. Y es que son la primera gran fiesta o feria del año, con sus cacharros, su chiringuito con lomicos y salchichas, sus puestos de gofres y algodón de azúcar y su falla. La falla no será tan espectacular como las de Valencia, pero oye hace su papel, y también las hacen por esas tierras. La verdad que estas tendrán más “glamour”, pero echo de menos las de antes, con los muñecos hechos por los vecinos del barrio con paja y ropa vieja que donaban algunos, con esa ironía en los mensajes donde te podías ver reflejado. Y la falla infantil, que a veces tenía más guasa que la grande. Eran como más de casa.
También con el paso del tiempo, tanto la falla como los cacharros y chiringos han ido cambiando de lugar. Recuerdo cuando se ponían en la misma plaza de la iglesia, y de la que se liaba alrededor. Los cacharros ponían la música tan alta, que el cura tuvo que pedirles que bajaran el volumen por lo menos durante la hora de la misa. En uno de esos días, uno de los cacharros tenía puesta la canción de Ilegales “Soy un macarra”, y cuando las viejas salían de misa se escandalizaron cuando Jorge cantaba eso de “soy un macarra, soy un hortera, voy a toda hostia por la carretera”. Jeje, menuda cara que pusieron, diciéndose entre ellas “uh, has oído lo que ha dicho?”
Años más tarde, con la remodelación de la plaza y el crecimiento de las fiestas, se traslado toda la parafernalia al carril, a la calle Pérez Casas, vamos, que es como los del barrio llamábamos a esa calle. Durante unos años ponían tantos cacharros y puestos, que llegó a ser más grande que la Feria Chica. Era un bullicio casi asfixiante, a primeras horas de la tarde era la zagalería la que tomaba los cacharros, seguidos de padres y abuelos babeantes polaroid en mano. A últimas horas de la tarde y primeras de la noche, éramos los zagalones los que nos hacíamos fuertes, gastándonos la poca paga que teníamos en alguna capullada de los puestos de parches, pegatas y banderas o en las cientos de calorías de un gofre, sin importarnos la inminente operación bikini. Ya entrada la noche, las zonas de marcha quedaban semi vacías para asistir a los chiringos que ponían alrededor del escenario, donde aparte de tomarse cubatas más baratos, siempre había alguna actuación interesante del grupo revelación de turno.
Con la remodelación del carril y el posterior derribo del campo de fútbol de San José, las fiestas pasaron unos años malos. Arrinconadas en el solar cercano a La Quinta, ni era el lugar adecuado, ni el barrio parecía que estuviera en fiestas.
Los últimos años, las fiestas tienen un nuevo hogar. El parque que hicieron donde se ubicaba el antiguo campo de fútbol de San José, reúne ahora todos los elementos de las fiestas en un lugar cómodo y mejor al de los últimos años. Ahora tienen un tamaño más modesto que antaño, pero vuelven a tener cierto aire de nostalgia. Si el tiempo acompaña, da gusto tomarse el aperitivo al solecico pre primaveral, o cenar unos lomicos y salchichas en un ambiente más propio de la feria de Septiembre que de esta época del año.